sábado, 27 de abril de 2019

Antes de que se vaya abril y el otoño se lleve las hojas de los árboles, quiero dejar algo escrito por acá. Y es que si a veces somos un misterio para nosotros mismos, cuanto más lo somos para los demás.

Hace unos días, mientras resolvíamos algunas cuestiones prácticas propias del trabajo, una compañera me contó que tiene un enorme deseo de volver a ser mamá. Me sorprendió mucho porque yo imaginaba que había cerrado esa etapa hacía rato: tiene una hija que ya entró en la adolescencia.
Es la segunda vez que me pasa algo parecido. Antes había sido con otra compañera que tiene dos hijos chicos. No sé por qué, yo también creía que los bebés eran parte de su historia. Error. Tiene un gran deseo de ser mamá otra vez.


Las dos historias para mí ilustran lo mismo: cuánto se esconde dentro del mundo de cada persona.
Andamos por la vida amasando sueños mientras resolvemos temas de trabajo, estudio, ocio y subsistencia del día a día.

Siempre me deslumbra asomarme a lo más sagrado del otro.

Miramos a los demás desde nuestra historia, ¡por supuesto! y nuestra mirada está impregnada por los juicios y las creencias que traemos encima.

Hay un constante diálogo interior en donde también charlamos sobre los demás. Nos decimos cosas sobre nosotros, sobre los otros y sobre lo que pasa. Y en el camino suele suceder que las personas quedan colgando. El ser humano y su misterio se va desdibujando, se cosifica. Entonces nos sentimos con toda la libertad de decir cualquier cosa de los otros -los conozcamos o no-, porque no se visten, escriben o actúan como nos parece que deberían hacerlo. O básicamente porque no se ven como creemos que deberían. Ahí arrancamos a despedazar gente con la libertad que creemos tener de "dar nuestra opinión".

Se supone que es algo gracioso. O así tratamos de hacerlo ver. El histrionismo y hacer reír a los demás parecería que justifican cualquier cosa que se diga. ¿Cuántas veces rematamos con "es un chiste" o con una carcajada estruendosa, la crítica mordaz o el golpe bajo? Son pocos los que se animan a decir las cosas mirando a los ojos al otro, respetando su persona. Creo que está instalado. Es una forma habitual de manejarse entre gente adulta que después le enseña a sus hijos pequeños...bueno, no sé qué les enseñan en realidad. ¿Les dirán que no está bien criticar a los demás o que pueden decir lo que quieran, como quieran, de quien sea, esté o no presente? ¿Qué pensarán cuando a sus hijos les toque estar del lado de los criticados sin piedad? No lo sé.

La impunidad del anonimato de las redes sociales se cuela con fuerza en la realidad, aunque las críticas por lo bajo son más viejas que la humedad. Y, muy a mi pesar debo admitirlo, es un deporte mucho más practicado por grupos de mujeres que por grupos de varones. Mujeres criticando mujeres. Mujeres hablando en paralelo. Mujeres hablando del cuerpo de otras mujeres. Mujeres y el lado B.

Vuelvo al tesoro y al misterio. Yo elijo andar por ahí, y sorprenderme.