viernes, 15 de febrero de 2013

Todo se olvida

Por eso están buenas las fotos. Las que imprimimos ¡que son cada vez menos! y las que no se materializan nunca también. Porque al mirarlas nos llevan de vuelta a lugares, reconstruyen momentos. ¡Y eso a mí me viene tan bien! Porque mis recuerdos se adormilan demasiado rápido. Quedan latentes hasta que algo los trae y pum, se vuelven presente por un instante.
Por eso también escribo. Libretita de los sueños por un lado, la de las cosas que quiero recordar por el otro, la de las cosas que quiero hacer, diálogos callejeros que quiero desarrollar. Frases escritas al margen de un libro, en una hoja de diario o donde sea. Gestos de la gente que me conmueven o que me irritan pero que no pasan desapercibidos. La solidaridad en la calle entre personas que no se conocen, las virtudes de mi jefe, las cosas que me hacen sonreir mientras camino sola.
Esta foto es de la Colonia Carlos Pellegrini, en los Esteros del Iberá, Corrientes. La saqué en un viaje que hicimos hace varios años. Unas horas después hubo una tormenta aterradora, como nunca más vi una. Pero hay algo que recuerdo especialmente. Salimos a remar en canoa. Teníamos que remar los dos. Íbamos demasiado cerca del agua y de los yacarés que nadan entre los juncos ajenos a nosotros. Yo quería volver, tenía miedo, no me divertía. Él se reía. Empecé a gritar como una loca. Le dije de todo. Ya tenía menos miedo que bronca. Volvimos a la orilla y era un páramo. Se escuchaban los pájaros y el silencio. En el muellecito mínimo de madera había dos hombres conversando. Nos miraron y saludaron. Ninguno hizo alusión a los gritos de la loca que bajaba de la canoa mientras el novio seguía remando. Me quería dar vuelta y zambullirme entre los yacarés.

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