La memoria, los recuerdos, la construcción de la historia, siempre me hacen pensar. Qué historia nos contamos de lo que vivimos, de lo que fue bueno para nosotros y de lo que fue malo, lo que nos hizo mal o mucho no nos gustó. Qué recordamos de nuestra infancia y de nuestra adolescencia.
De la historia que nos contemos depende lo que decidamos hacer o no hoy, mañana a la mañana y también pasado. Ese relato que armamos es nuestro mundo de la vida. Define cómo vemos el mundo, grande, chico, generoso, hostil, cálido, frío, desafiante o agobiante.
La música me saca del pensamiento-dominó-que-va-cayendo. Me trae a este momento, me alegra o me entristece, siempre me conmueve. No salgo indemne. Me da ganas de bailar, de cantar, de tocar la guitarra, de llorar, de escuchar más, de abrazar, de ver a alguien, de escribir, de viajar.
Hace un tiempo descubrí al Dúo Karma de Cuba, y ayer fuimos a escucharlo en vivo, sabiendo que Hilario no se va a acordar concretamente de un domingo de en el que fue al teatro y pisó Buenos Aires por primera vez. Seguramente no lo cuente cuando en la adolescencia le pregunten cuál fue su primer recital. Pero yo, a mis casi cuarenta, sabía que estaba generando un recuerdo central, otro más de esos que se multiplicaron por mil desde que soy mamá.
Hablo con un amigo y me saluda desde el Jardín Japonés, al que llevó a sus tres hijos a darle de comer a los peces de colores -sobre todo naranjas- que viven ahí en pleno Palermo. Llamo a mi hermano y me cuenta que está en la calesita. Una amiga sube a Instagram una historia en la que se la ve con los ojos cerrados y la cabeza apoyada en el brazo, contra la pared, jugando a las escondidas.
¡Manga de acumuladores de recuerdos centrales en los que nos hemos convertido!
"Un adulto creativo es un niño que ha sobrevivido".
Úrsula K. Le Guin
Y pensar que yo pensaba que iba a tener que dar el ejemplo y enseñar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario