Cuando era chica jugaba a repetir la misma palabra muchas veces, hasta que el sonido no describiera nada que tuviera sentido. Por lo general era frente al espejo y con algún hermano al que iba a mostrarle el hallazgo para invitarlo a que lo hiciera también.
Algo parecido me pasó con la palabra suficiente, que apareció en mi cabeza cuando volví a mirar esta foto de las vacaciones en la que capté a padre e hijo yendo al encuentro de las olas. También aparecieron confianza, seguridad y aventura. Todas describen algo de lo que veo en esta foto, pero suficiente me habla a mí directo más allá de cualquier descripción que pueda hacer.
Es suficiente así la vida hoy.
Ellos son suficiente para mí.
No importa si el mar es frío y la playa a veces es ventosa. Para mí es suficiente y me encanta. Es nuestro Mar Argentino, en el que pasé casi todos los veranos de mi infancia y adolescencia.
No es el Caribe ni el agua es tibia, no es transparente ni se ven pececitos, pero es suficiente para mí.
Hay un papá y un hijo, no hay dos ni tres ni cuatro, aunque los hayamos tenido y estén presentes de otra forma.
Para mí es suficiente.
Es suficiente ser esposa de uno y mamá del otro. Sí que lo es. Tanto que de a ratos no me lo creo del todo.
"¿Solo a él tenés?", me preguntan a veces refiriéndose a Hilario. ¿"Solo"? me pregunto. El adverbio está de más. Habla de carencia, de algo que falta, en el mismo lugar donde yo veo abundancia que me llena de gratitud y de conciencia de todo lo que tenemos y recorrimos hasta llegar a esta foto. Habla de dar todo por hecho y sentado. Pero me enoja poco, cada vez menos. No habla de mí ni de nosotros sino de la mirada de quien elige usarlo. De lo que le pasa y vive, de lo que le despierta lo que ve.
Como nos pasa a a todos.
Este año me propongo profundizar en todo lo que es suficiente. Saborearlo, quedarme ahí. Empezando por casa, por mí. Con yo conmigo. Ahí será otro cantar, pero tiempo hay.