martes, 20 de octubre de 2020

El plano secuencia de la vida real

Si Un lugar llamado Notting Hill se hubiera grabado en 2020 en vez de en 1999, es muy probable que Hugh Grant, además de esquivar puestos de comida y de flores en el plano secuencia más lindo que vi jamás, en algún momento aparecería sacando su smartphone del bolsillo, desbloqueando la pantalla y revisando la nada, como hacemos casi todos. 


En una caminata en la calle, William Thacker atraviesa las cuatro estaciones, transcurriendo la vida extrañando a Anna Scott.  


Lo veo y me veo caminando la cuarentena eterna en la que estoy inmersa hace ya no llevo la cuenta cuanto. El conteo de los días no me dice nada, como sí lo hace el proceso que significa atravesar este tiempo crudo de encuentro frontal con lo que hay. Y lo que no. 
Todo lo que se despertó con el encierro, el aislamiento, la distancia y el hecho de guardarse. Lo que afloró, lo que desbordó haciendo volar tapas que estaban cerradas a la fuerza y que servían para sostener algunos vínculos que empezaron a crujir o, por el contrario, se fortalecieron.  

Disponible y en línea para mí, acá conmigo primero y con quienes están presentes. 
Mirando hacia abajo, pero porque voy pensativa, tal vez, y no escrutando la pantalla de luz azul, mirando sin ver la vida de los otros haciendo scroll down, llenando mi cabeza de imágenes varias que ni siquiera sé cuáles serán.
Ocupando lugar en mi capacidad limitada de exposición al entorno.
Llena de deseos que mi cerebro no llega a registrar pero se instalan, alimentando un engranaje que me aleja de mí. 
Dispersa sin saber qué estaba buscando al desbloquear esa pantalla, porque seguí un estímulo y terminé haciendo algo más.
Ruidosa desde adentro, autómata, en serie, imitada imitante imitando.
O no más. 

Dispuesta a recuperar ese día a la semana que se va en la pantalla a la nada, dividido en tres horas y media, promedio diario, que arroja la misma pantalla que vuelvo a desbloquear. 







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