¿Está claro que esto me pasó a mí, no?
Ya casados, el primero en querer un perro fue mi marido. Los hijos tardaban en llegar y yo no quería una mascota mientras tanto. Si no tenía que cambiar pañales no quería tener que ocuparme de un perro, quería libertad absoluta para entrar y salir sin pensar en otro ser.
Pero todo fue pasando y así llegamos a hoy.
Desde que Hilario es muy bebé fuimos descubriendo que le gustan los perros. "Gua gua" por ahí, "gua gua" por allá. Una foto, un perro de verdad, una estatua, todo era motivo de alegría y festejo para él. Así que accedí a que viniera un perro a casa cuando él tenía un año y medio, hace pocos meses. Llegó Roco con sus cuarenta y cinco días y su pequeñez extrema, y al principio no sabía bien qué tenía que hacer. De repente tenía que cuidar a dos "cachorros" y me sentía un poco Maru Botana. Me reía de mí misma. Si uno iba para un lado y el otro para la otra punta me estresaba un poco hasta que la cosa empezó a fluir.
Y fluyó tanto que lo llevamos a la playa y yo era la primera que quería salir a caminar por la orilla con él que saluda a cuanto perro se cruce, con correa o suelto, con dueño o sin. Grande o chico. De a uno o de a dos. Rocky es amistoso. Emana buena onda y los perros lo saludan así, moviendo la cola. Me siento César Millán escribiendo esto pero es real. La gente te saluda, te mira y te sonríe como cuando vas con un bebé. Los chicos se acercan, surgen conversaciones, se rompen barreras.
Y ahora soy su fan.
Cuando me siento Maru Botana.
Perrero viejo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario